La Tatacoa, un deslumbrante destino a tan solo seis horas de Bogotá

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Lun, 14/01/2019 - 08:50
María Margarita Trujillo vive en un castillo enterrado en pleno corazón del desierto La Tatacoa, pero no goza precisamente de los mismos lujos que una princesa. A los 14 años, cuando corría el año 1972, pensó en que para ser feliz solo necesitaría correr tras los pasos del amor de su vida y construir una casita de bahareque en la que pudiera vivir ‘las mieles del amor’.   Fue así como decidió arrejuntarse con el único muchachito que había conocido en la calurosa soledad del desierto, emplazado a tan solo 38 kilómetros de Neiva (Huila) y que tiene como una de sus más grandes bellezas los colores ocre (sector del cusco) y gris (la zona de Los Hoyos) de sus suelos. Un día, simplemente, Margarita recogió sus tres camisas y dos pantalones, los empacó en un saco, y se marchó a casa de su suegra Rosalina Martínez Cortés, apodada como la ‘Reina de La Tatacoa’ por ofrecer posada a los visitantes, y quien vivía a unos cuantos metros de la casa de sus padres. Rosalina no fue la diosa coronada de ningún rey o personaje mítico, tampoco tenía riquezas. Esta ‘reina’ era una humilde campesina que con leña y agua acuestas logró levantar una casa de barro y tabla, que pronto se convirtió en el refugio de los primeros extranjeros que pisaron este bosque seco tropical, como llaman al desierto algunos expertos. Martínez, una mujer de armas tomar, desafiaba con machete en mano a cuanta cascabel se le atravesaba y no le importaba tener que matar a los ovejos y cabras que criaba para poder comer.    “Era una persona de mucha fortaleza, pero amable y bondadosa con la gente. La recuerdo alta, acuerpada, derecha, no se le veía mucho la edad. A pesar de la humildad en la que vivía, si a su casa llegaba alguien con hambre no se iba sin comer y si llegaba mojado, lo vestía”, recordó María Margarita Trujillo. Trujillo, la esposa de uno de los 14 hijos de Rosalina, es una mujer de 1,62 metros de estatura, de mirada expresiva, pero ingenua, y con un color dorado en su cabello que deja entrever sus canas. Lo que le quita el sueño: tener la cocina desorganizada y los trastes sucios.    Hace aproximadamente seis meses que no prueba un helado o una gaseosa fría. Ese “gustico”, así como el de tomarse un vaso de leche o un yogur, solo se lo puede dar de vez en cuando porque, como muchas familias del desierto, no tiene nevera. “Aquí casi nadie tiene una; eso es un privilegio. Como todas las casas tienen paneles solares, por la actividad astronómica que se realiza en el desierto, nos toca comprar una base especial si queremos tener nevera y eso sale muy caro. Por eso debemos comprar cosas que no se dañen”, contó esta opita. Trujillo volvió a recordar a su suegra Rosalina cuando volteó a ver un polvoriento cuadro que colgaba de una de las tres paredes que le dan forma a la sala de su casa. “Pensamos, una vez murió, en hacer un museo con sus objetos personales, pero sus hijos nunca se pusieron de acuerdo y ahora todo lo de ella está arrumado en el techo, sobre nosotros, como si tuvieran la esperanza de que algún día va a volver”, acotó. El ‘Castillo de La Reina’, como bautizaron la humilde vivienda de doña Rosalina algunos periodistas hace más de diez años, sigue tal cual como lo dejó su dueña el 28 de marzo de 2010, cuando un infarto sepultó su vida. Curiosamente, da la impresión de que todavía es más de ella que de sus actuales inquilinos, quienes lo convirtieron en un hospedaje. El tinajero (vasija de barro)  permanece exactamente en el lugar en donde lo dejó la : sobre un muro hecho de barro, que no supera el metro de alto y metro y medio de largo. El piso de cemento sigue con grietas, así como las paredes, las cuales conservan el mismo color verde esmeralda y blanco, y los dos cuartos que tiene la casa todavía están sin ventilador. Los únicos tres arreglos que realizó la familia Martínez para darle un toque de hospedaje moderno a su casa fue pintar de color verde pasto y de naranja zanahoria la fachada de los tres cuartos que arriendan y que están al costado derecho de su casa, colgar cinco cuadros en la sala y comprar dos mesas largas, en las que pueden comer 20 personas. Margarita Trujillo terminó de darle su toque personal con dos hamacas, que puso en la entrada y en la sala, además diseñó sus propias cortinas de color vinotinto y no se complicó buscando en dónde colgarlas, pues utilizó “un palo de los que tanto sobran en el monte”. “Hay que ser recursivos, aquí no se pueden poner mucha cosa, sobre todo que gaste energía, porque, como lo dije antes, no tenemos electricidad. Solo contamos con tres paneles solares y esos practicamente le llevan luz a los cuartos que arrendamos”, insistió. Pero esa curiosa forma de vivir no se reduce simplemente a no tener nevera, en un lugar que ha superado los 48 grados de temperatura en verano; tampoco a que solo se pueda utilizar el celular unas cuantas horas al día (el desierto no es apto para adictos al WhatsApp o Facebook), pues solo hay un conector de electricidad, como tampoco agua para darse una ducha de media hora, pues en verano el líquido escasea. Este lugar, un poco parecido a Macondo, está lleno de historias singulares: de personajes que esperan presenciar el aterrizaje de un ovni, arreglar su vida con rituales energéticos y ver una estrella fugaz o algún objeto extraño en el universo que les revele, al fin, las razones de la existencia humana y hasta si hay, o no, vida extraterrestre. Una amigable manera de recoger energía Los paneles solares son un ecológico modelo que se implementó en La Tatacoa hace poco más de cinco años. Las autoridades locales, en vista de la permanente actividad astronómica que se realizaba en el lugar desde hace más de 40 años, decidieron ponerlos en funcionamiento y así forrar de un cielo puro al desierto. De ahí que los techos de tabla que se alzan sobre los 377 kilómetros de tierra color ocre y gris se parezcan a un tablero de ajedrez, y que las fachadas de las casas den la impresión de ser invisibles, pues todo tiene el color de la oscuridad una vez el reloj marca las 6:30 p.m. “Implementamos esta tecnología para evitar la contaminación lumínica. Por eso, tipo nueve de la noche, o diez, el desierto queda completamente oscuro y podemos realizar nuestras observaciones”, aclaró Guillermo Andrés García Aguirre, director del Observatorio Astronómico de La Tatacoa (OATA). Una vez se instalan los visitantes en el ‘Castillo de La Reina’, Margarita Trujillo, como buena anfitriona, les invita un tinto y les cuenta sobre los dos observatorios que hay en el desierto. El que dirige Guillermo García fue creado en 2000, pero en mayo de 2016 empezó a administrarlo la Alcaldía de Villavieja (Huila). Se encuentra a siete minutos en bicicleta del ‘Castillo de La Reina’. La entrada está rodeada de carritos de jugos, granizados y raspados, como todos los establecimientos públicos que se encuentran inmersos en este caluroso lugar. Al frente del observatorio hay un mirador al que concurren cientos de personas en días festivos y en donde se logra ver la parte roja del desierto. Esta es la zona que más visitan los extranjeros por su color y paisaje. Para llegar a la sala de conferencias se debe caminar una pendiente de cuatro metros. Lo primero que se ve al llegar es una imponente fachada de color blanco, parecida a la de una casa antigua, y un recibidor. En la parte trasera del recinto es donde se realiza la “navegación” del cielo y la observación, dos actividades que ofrece la OATA. En este punto, hacia el lado derecho, está el observatorio, un pequeño cuarto con paredes amarillas, escaleras en la parte de afuera y un techo en el que sobresale la mitad de una llamativa esfera plateada. “Aquí se puede navegar en las profundidades del cielo u observar astros como las estrellas, las galaxias, las nebulosas o las constelaciones. También hablamos un poco de la historia del universo”, complementó el astrónomo Guillermo García.   Las sesiones tienen un precio de diez mil pesos por persona y una duración de hora y media. Primero se realiza una conferencia sobre los fundamentos básicos de la astronomía, posteriormente hay una “navegación” y, por último, una observación a través de telescopios de última tecnología y lo visitan más de 100 turistas por día.   “Podemos ver el sistema solar, los cometas, las lunas, las galaxias y nebulosas según la temporada y qué tan despejado esté el cielo, pero primero les enseñamos a nuestros visitantes cuáles son los puntos cardinales o dónde se encuentran los planetas”, acotó García. Para realizar la “navegación”, las personas pueden acostarse sobre el suelo y ver hacia el cielo mientra el astrónomo explica un poco sobre los misterios que rodea esta enorme faja azul. Después pasan a los telescopios, para ver de cerca los cuerpos celestes que habitan el universo. “Durante estas observaciones he visto una sola cosa rara y fue lo que salió de la constelación Hércules. Vi un cuerpo que se movió con demasiada rapidez, algo muy raro. Después nos enteramos de que se trataba de un satélite que cayó en Aipe (Huila)”, recordó el astrónomo. Experiencias de otro mundo En ‘El Castillo de La Reina’ aseguraron haber visto objetos igual o más extraños que los percibidos por García. Trujillo una vez notó luces en el cielo del desierto, y no es la única, pues muchos habitantes manifestaron que han vivido experiencias “de otro mundo”. Mientras la pérdida de una cámara fotográfica ha sido el lío más grande que han tenido que resolver las autoridades en meses recientes, la Policía constantemente no solo escucha historias de turistas que vieron fenómenos paranormales, sino que algunos patrulleros también se han sentido tentados a creerlas tras ver eventos extraños en los cielos. “En los 9 años de trabajo he visto unas tres cosas raras en el espacio del desierto. Inclusive, en un espacio cerca a La Tatacoa en donde dicen que aterrizó un ovni. Cerca de las diez u once de la noche he visto luces en ese sector”, dijo Hernando Luis Meza Sánchez, agente del grupo de Protección al Turismo y Patrimonio Nacional. Esa zona, la que señala Hernando Meza, fue bautizada por los habitantes de La Tatacoa como el Ovnipuerto, debido a que en el 2000 se llevó a cabo una reunión de amantes de fenómenos paranormales que buscaban tener un supuesto contacto extraterrestre. Al menos eso dice Alfonso Ramírez, un guía turístico que trabaja hace más de diez años en La Tatacoa y que sostiene haber presenciado, junto a otras 35 personas, el aterrizaje del primer ovni en el desierto. “A mí me contactaron en el año 2000 unos paisas que tuvieron una visión. Ellos me pidieron que los llevara al lugar más solo que tenía el desierto”, recordó. “En medio del ritual no podíamos hablar, teníamos que sentarnos formando un círculo sin que las manos tocaran el suelo”, continuó Ramírez. “Un clarividente nos dio varias instrucciones y procedimos con la actividad. De un momento a otro vi que salía una luz de la cordillera oriental, la cual logró elevarse 600 metros. Era una bola parecida al sol, pero en forma de bus, sin espejo ni ventanas. Duramos viéndola desde la una de la mañana hasta las cinco de la madrugada”, concluyó el guía. El Ovnipuerto está situado en el sitio denominado Los Hoyos, en la zona gris del desierto. No obstante, se encuentra en la única parte plana que lo compone, pues el resto del lugar, como bien lo dice su nombre, está lleno de agujeros, como una luna, que alcanzan los 20 metros de profundidad. Aunque este puerto es el único que se ha creado en Colombia y que recibió una inversión cercana a cinco millones de pesos, se encuentra en total estado de abandono. El pasto ha crecido tanto que ya casi no se ven a simple vista las cerca de 15 mil piedras que utilizaron las personas que participaron en el ritual para dibujar cuatro círculos (uno grande, con 52 metros de radio, y tres pequeños, con 6 metros de radio) en el suelo. Figuras que, para algunos, son las marcas del aterrizaje de una nave espacial, mientras que para otros tienen un significado espiritual. Los tres hoyos pequeños serían la representación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un lugar poblado de deseos En el desierto también existe un Valle de los Deseos, o Valle del Silencio. El lugar parece más un mirador, las dos únicas diferencias es que está lleno de miles de rocas sedimentarias y que es visitado  no no precisamente para contemplar la vista sino para pedir deseos. Las piedras, que interrumpen el paso, son de diferentes tamaños y están una sobre otra. La mayoría son cafés y tienen formas rectangulares. Cada una representa los sueños de cientos de persona que se acercan al lugar para pedir por su salud, el amor, el éxito profesional o hasta para ser librados de una maldición o conjuro. Según cuentan sus habitantes, muchos turistas solo visitan el desierto para acercarse a esta zona alta de La Tatacoa y pedir por sus más secretas aspiraciones. Otros lo hacen por simple curiosidad, aunque también terminan haciendo su torre de rocas. “Primero hacemos un ritual de oración, aquí se le pide a la madre tierra un deseo personal y espiritual. Después de que todos hemos pedido nuestros deseos, procedemos a montar una piedra encima de otra, entre más tamaño tengan, más energía va a proporcionar”, narró Ramírez. Es importante que los turistas solo agarren las rocas que están tumbadas, pues “si alguien llega a tomar una piedra de otra montaña puede dañar el deseo de esa persona”, agregó el guía. Esta “fórmula mágica” para pedir deseos la repite Ramírez todos los días y siempre se la toma con mucha seriedad. Tal vez porque está convencido de que una “señal del más allá” puede arreglar la vida del más incrédulo. La magia de la luna llena Quienes andan por los caminos amarillos, rojos y grises de La Tatacoa también escucharán sobre el ritual de luna llena y su poder para purificar el cuerpo de las malas energías. Según el guía Ramírez, para realizar esta ceremonia es necesario contar con el nombre completo y la fecha de nacimiento de la persona que desea “descontaminarse”. Estos datos son necesarios para conocer el signo zodiacal del turista y saber de qué color debe vestirse el día del ritual. Antes de iniciar con la ceremonia, a la persona se le entrega azúcar y sal, componentes que representan la energía positiva y negativa. Posteriormente, se elevan oraciones a la luna con mucha devoción y fe, pidiéndole que transforme la vida de los presentes. Este ritual únicamente lo realiza un hombre en todo el desierto, el gobernador Pijao Tatacoa, líder de una tribu indígena cercana al pueblo de Villavieja y a quien solo se le ve caminar por el pueblo “una vez cada año”. En 2016 y 2017, La Tatacoa recibió más de 400 mil turistas, visitas que han aumentado, según Guillermo Hernández, secretario de Turismo, después de que se firmó el proceso de paz en el país.   Extranjeros de Alemania, Francia, Holanda, Suiza son los que más visitan Villavieja y el imponente desierto mes a mes. “El turismo se desarrolló en La Tatacoa desde 1944, pero solo era científico. Venían japoneses a estudiar ciertos animales, ya que estas tierras fueron mar hace millones de años. No obstante, fue hasta el año 2015 que estalló el boom del turismo”, explicó el secretario. Sobre la pregunta de que si había visto algo extraño en el desierto, no demoró en sonreír y contestar: “sí, he visto muchas cosas extrañas. Una de ellas, por ejemplo, me pasó hace pocos días. Vi una medialuna brillante, de color plateado en el cielo. Cuando quise tomarle una foto, simplemente no pude. ¡Increíblemente desaparecía!”. Fueron precisamente esas historias las que hicieron que la suiza Bárbara Fritsche se fijara en La Tatacoa y escogiera a Colombia como su próximo destino. “Lo conocimos por primera vez en el libro para viajeros Lonely Planet. Ahí había una imagen del desierto y se veía hermoso. Primero pasamos a Bogotá, pero nos sacó el frío. De ahí llegamos a Villavieja”, dijo Fritsche. La extranjera continuó diciendo: “lo más lindo de La Tatacoa es el observatorio. Nunca he visto las estrellas, debe ser una experiencia muy interesante”. El ‘Castillo de La Reina’ siempre tiene las puertas abiertas para todos los aventureros que quieran vivir experiencias místicas y sobrenaturales en pleno corazón del Huila y a cinco horas de Bogotá. Así como el desierto, que siempre acoge con su paisaje bordado de cárcavas laberínticas y color bermejo a todos los visitantes. ¿Un jardín? ¿Un mar? Sí, así fue hace millones de años este lugar que hoy solo tiene pequeñas pinceladas verdes, cactus que alcanzan los cinco metros de altura y conservan la poca agua que queda en esta zona árida, pero mágica, que se resiste a desaparecer. Tal vez por esa razón Margarita Trujillo y Rosalina Martínez escogieron este lugar como el destino predilecto para vivir su cuento de princesas y castillos al estilo colombiano, pues a pesar de que no goza de las mismas opulencias del reino Stahleck en Alemania o el Hohenwerfen en Salzburgo, es fiel a la sencillez y calidez de los hogares campesinos, que recurren a la imaginación para escapar de la indiferencia. Por Silvia Santamaría 
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