Reflexiones (tardías) sobre el Estéreo Picnic 2024: Cuarta parte
PARTE IV: La diversificación sonora que hace parte de nuestro devenir
Se escribió un nuevo capítulo de un festival que, junto con otros -públicos y privados-, nos hace sentir en el carnaval que esta ciudad no tiene.
Perry Farrell, vocalista de Jane's Addiction, Ted Gardner, Don Muller y Marc Geiger, crearon en 1991 el festival Lollapalooza, inspirándose en eventos como el Reading Festival en Inglaterra, nacido en los años 60. En un primer momento se trató de una gira por Estados Unidos y Canadá desde mediados de julio hasta finales de agosto, tanto con agrupaciones como Siouxsie And The Banshees, Nine Inch Nails o Ice-T, como con presentaciones de Jim Rose Circus y de los monjes Shaolin. Farrell apodó a esta gira como “Nación Alternativa”.
La idea de la música alternativa se venía consolidando desde hacía un par de años, con el mismo MTV o incluso con la introducción de la palabra “alternativo” en la emblemática revista Billboard en 1988. Este concepto, que claro se ha ido transformando desde ese entonces, es la esencia con la que nació el Festival Estéreo Picnic y la beta que aún recorre su cartel.
Allí entra la presentación de Phoenix en el escenario principal: una banda que nació en 1997, pero que entendió y capturó ese sonido indie que se expandiría por el mundo en la primera década de los dosmiles. Su presentación en el FEP estuvo cargada de una gran emotividad. El carisma de Thomas Mars –quien pasó de brazo en brazo y coreó sus canciones en medio de la multitud– el golpe enérgico de la batería, hizo a sus fans estremecerse hasta las lágrimas y que los problemas técnicos del principio quedaran como una simple anécdota.
Se suma a esta línea la prolija presentación de Arcade Fire, quien con su acostumbrada imponencia en el escenario, hicieron que el último día del FEP fuera inolvidable; los violines, las voces y sus sonidos tan propios, pusieron a bailar y a saltar al público. En medio de este clímax, que solo logra esta banda, apareció una de las voces de la ola alternativa colombiana más querida, Li Saumet, que en compañía de los virtuosos músicos canadienses avivó el fuego de la noche, mostrando una vez más el lazo de amistad que une a la Samaria y la banda de Regine Chassagne.
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James Blake, en el escenario dos, no fue un concierto: fue un viaje, por momentos oscuro, introspectivo y hasta difícil. Por pequeños momentos brillante y hermoso. Música que se tomó el tiempo de sumergirnos en una ensoñación con sus texturas, mientras rugía impredecible penetrando en el pecho hasta dejarlo a uno inmóvil. La profunda melancolía de varias de sus interpretaciones, también estuvo presente, aunque de otra forma, en Future Islands: un proyecto que si bien arrancó en 2006, no fue sino hasta 2014, con su canción “Seasons (Waiting on You)” que lograron la fama. El paso de la cadencia a la contorsión en el baile de su cantante Samuel T. Herring son un sello que no pasa desapercibido. El paso de su voz apacible a un grito casi gutural. La calidad de los estadounidenses es indudable.
En el escenario dos, Placebo, quien acompañó la adolescencia de muchos de los asistentes al FEP, logró conectar a través de su calidad y experiencia como banda, no obstante se negó a sacar las cartas de la nostalgia al interpretar solo un par de canciones de ese repertorio que muchos tenemos en la cabeza, dejando a sus fans con los coros de sus clásicos atorados en la garganta.
WhoMadeWho y Black Coffee dieron un golpe de dance electrónico que hacía inevitable bailar y transportarse a un estado de éxtasis, levantando la energí cuando quizá ya muchos sentían el cansancio, funcionando como abrebocas a los shows de cierre de electrónica que evocaban los raves de vieja data como Kittin o a imponentes apuestas como la de Floating Points. Y en esta línea, The Blaze fue el cierre perfecto, con una propuesta envolvente que nos sacó flotando del Parque Simón Bolívar. Es bueno que un Festival como este insista en su esencia: en lo que motivó un sueño que hoy es realidad.
Una mención aparte merece King Gizzard & the Lizard Wizard. En el escenario dos el público disfrutó de su exploración de las oscuras profundidades del heavy metal de los 80, la aceleración del jazz-rock, a una psicodélica empapada de la guitarra de los años 60, el psico-rock con elementos del krautrock y de elementos sonoros de Medio Oriente. Una sopa espesa hiper saborizada que no empalaga sino que deja con ganas de más: de verlos una y otra vez.
La historia de los festivales de música, en su versión moderna, es larga. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial cambiaron los estilos de vida y, con estos, los festivales de música. Mientras el mundo gastaba esfuerzos en la guerra, la exclusividad de los festivales de música para la clase alta desapareció -aunque el precio de la boletería del Estéreo Picnic diga lo contrario-. La clase trabajadora se volvió hacia la música más que nunca, y el jazz y el folk emergieron como géneros populares en Estados Unidos, dando paso a eventos como el Newport Jazz Festival en 1954.
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Según el Fondo Económico Mundial (FEM), una fundación sin ánimo de lucro con sede en Ginebra que reúne desde 1991 a líderes empresariales, líderes políticos, periodistas e intelectuales con el fin de analizar las problemáticas actuales, la industria musical mundial tiene un valor de más de 50 mil millones de dólares. Sus principales fuentes de ingreso son dos: la música en vivo, que representa algo más del 50 %, y la música grabada.
Más de 32 millones de personas asisten a festivales de música en Estados Unidos cada año. En 2019, el mercado mundial de festivales de música valía aproximadamente 3 mil millones de dólares estadounidenses, que claramente sigue en ascenso después de la pandemia. Live Nation poseía y operaba más de 60 festivales de música a partir de 2019, una cifra que siguió aumentando pues, en 2023, como parte de su estrategia de crecimiento en América Latina, adquirió una participación mayoritaria en Páramo Presenta.
Con más de 100 artistas y un total de 159.000 mil asistentes -30.000 mil turistas nacionales y 11.000 turistas internacionales- el Estéreo Picnic aportó cerca de 113.000 millones para la ciudad, recaudados a través de impuestos, consumo y logística. Además creó alrededor de 76.000 mil empleos directos e indirectos. De estos, 14.000 mil directos entre proveedores, logística y gestores.
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Pero más allá del balance económico, el Estéreo Picnic es una gran fiesta y qué bien que suceda en Bogotá. Una celebración que aún debe mejorar los pequeños y lejanos espacios para las personas con movilidad reducida, que debe preguntarse cómo reaccionar efectivamente frente a casos de acoso y Violencias Basadas en Género, y que ojalá siga apostándole a esa diversificación sonora que hace parte de nuestro devenir. Porque sí que se bailó a Fruko y sus Tesos, y es un lujo poderlo hacer, pero la tropicalia de este país está viva y con propuestas nuevas que muestran una vitalidad y un performance en el escenario que a algunos artistas que se presentaron les costó sostener. Por lo pronto, se escribe un nuevo capítulo de un festival que, junto con otros -públicos y privados-, nos hace sentir en el carnaval que esta ciudad no tiene.
Por: Juan Pablo Conto Jurado
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