Ella es la primera víctima de un ataque de ácido en Colombia

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Noticias Capital (Migración)
Mar, 20/12/2016 - 19:00

Un ave fénix que logró renacer desde las cenizas. Eso es Gina Potes, la primera sobreviviente de un ataque con ácido que se registra en Colombia. Una mujer guerrera que luego de que atentaran contra su integridad decidió seguir con su vida, salir adelante con su nueva situación física y convertirse en un símbolo de superación.

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Una decisión tomada

A sus 27 años Gina Potes decide salir de la prisión en que se había convertido su habitación. Abre sus ojos, toma un respiro como si fuera a prepararse para comenzar una lucha. Una lucha eterna con su propia vida. Corre las cobijas de su cama y el primer pie que apoya en el suelo, es el derecho. Abre las cortinas de su habitación, la luz del día entra e ilumina cada espacio oculto y silencioso que se resguarda. Camina al baño, se mira al espejo, vuelve y respira. Agacha su cabeza como si se fuera a rendir, pero no, esto es un hecho. Ya se dio el primer paso.

La casa mágica

No es una casa de princesas ni de muñecas, pero tiene magia. No está hecha de baldosa tipo mármol, ni tiene ventanas con bordes en oro, o una cocina reluciente y con diamantes, ¡No! Es una casa real, hecha para mujeres reales y no para cuentos de fantasía. Sin embargo sí tiene poderes. Cuando llega una mujer que fue destrozada en su piel y alma, esta casa la transforma. Se convierte en un medio de construcción de sueños, de lucha. Es como una antigua fortaleza en donde se resguardan sus mejores soldados y en el momento en que están totalmente preparados, salen a luchar por su vida, por su valor propio.

Sentada en su escritorio de vidrio, con una actitud que certifica la propiedad y tranquilidad que le transmite el lugar en donde se encuentra, Gina Potes, mientras me habla del hogar que ha forjado, centra su mirada en una fotografía que reúne a todas las mujeres víctimas de ataques con ácido que han llegado a la Fundación Reconstruyendo Rostros y así mismo han permanecido, en la búsqueda de un apoyo y comprensión.

“Es un lugar que deja atrás las tristezas, el dolor, la tragedia”, dijo Gina Potes contemplando el techo y las paredes que la rodean en su sencilla oficina. Y mientras dirigía su mirada lentamente hacia la ventana que está al lado derecho de ella añadió metafóricamente: “es un espacio donde se aprende a entender que el sol sigue brillando a pesar de que hay días grises, al otro día sale como si nada… yo digo que mientras exista la vida todo se puede arreglar”.

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Son poco más de las ocho de la noche, Gina Potes viste una blusa ligera de color negro, un pantalón ajustado a su figura y chancletas. Por el vestuario intuyo que pronto se irá a la cama, sí, allí, en la Fundación, porque es su propia vivienda en arriendo pero adaptada de manera humilde para acoger a las víctimas. De día es la casa mágica que transforma vidas, que reúne a las mujeres que quieren luchar por una existencia, de noche ya se convierte en la tranquila morada de descanso para Gina sin perder la magia ni el sentido de transformación.

Durante la charla, Gina me cuenta sobre el inicio de este proyecto. Antes de obtener el título de Fundación, junto a Patricia Espitia, su compañera de batallas, también víctima y guerrera de vida, deciden crear un pequeño círculo de apoyo social, donde la base fundamental fueran las mujeres lesionadas con ácido que quieren dejar a un lado la compasión que las personas normalmente sentimos por su situación y salir adelante. Continuar su vida, sus proyectos, lograr convertir sus sueños y metas en verdad. Esto se llamó “Rostros sin ácido”. Luego, gracias al gran trabajo de Gina y Patricia, consiguieron a otros miembros profesionales para continuar con el camino de auxilio de víctimas. Con esto y una gran trayectoria, que aún no se acaba, se logró la constitución de la Fundación Reconstruyendo Rostros.

Ciro Garnica, especialista en odontología; Eugenio Cabrera, director de Oftalmología; y Alan Gonzáles, su más grande aliado, apropiado de la cirugía plástica, son los tres guardianes de la casa mágica que han aportado con su experiencia al recorrido de transformar vidas. Con una expresión de agradecimiento hacia los tres hombres que han dado su tiempo y dedicación a esta causa, Gina los destaca por su interés autónomo de querer aportar sus conocimientos y experiencia sin recibir algo a cambio. Son hombres que por su propia iniciativa se suben las mangas y preguntan ¿qué hay que hacer? Sencillamente, se convirtieron en columnas para el crecimiento de este hogar.

“Es la casa de todos. Para reír, para contar anécdotas, para convertirnos en familia” dijo Gina Potes, mientras presionaba sus manos contra el pecho, como mostrando la fuerza de la unión. Después agregó levantando sus manos empuñadas desde su cabeza, de forma pausada como si llevara una carga: “Este proceso de la casa ha sido como alzar una pesa que uno insiste e insiste en levantar, hasta que lo logra”.

La Fundación Reconstruyendo Rostros se asemeja a la historia de su logo –la flor de loto– que fue creado por el diseñador Giovanni Aerronog e idea de su hija Nancy Nicol, el cual está pintado en cada pared blanca que se encuentra dentro de la casa. La flor de loto representa la pureza espiritual, de cuerpo y alma, cuyo objetivo es florecer en búsqueda de la luz como una elevación espiritual. Mientras la flor de loto representa la creación del universo; la Fundación, la evolución de nuevas vidas. Con un color rojo en la corola central que destaca el valor y el coraje, un rosado que simboliza lo sentimental y positivo en dos de sus pétalos que van abriendo esta flor. Y un púrpura para los externos, que determinan la nobleza y el poder. Sin olvidar, el reflejo de la flor en el agua, que es como el reflejo de las mujeres al renacer y verse a un espejo por primera vez. Son las características que encierran la magia de esta casa que no pierde la esperanza.

“No apoyamos la porno miseria, que es mostrarse como una víctima peor, que solo quiere lástima” dijo Gina al tiempo que su faceta cambiaba de una mujer orgullosa a una mujer decepcionada. Con un ojos penetrantes y el ceño fruncido. Luego mientras agachaba su cabeza y me miraba de reojo agregó: “Se han perdido muchos de los procesos, porque ellas se dejan utilizar de morbo y amarillismo, esperando compasión… Quedarse no es obligación para nadie, solo sentido de pertenencia­”. En esta misma conversación, Gina hizo énfasis en que la principal lucha de la Fundación es por un común de las mujeres y no un fin individual.

La muestra de esperanza es evidente en los términos y gestos de Gina Potes. De una u otra forma sus ojos transparentes y directos junto a su temperamento decidido y fuerte que acompaña cada palabra pronunciada, demuestran que los proyectos para la Fundación Reconstruyendo Rostros son aún muchos. Desde el trabajo en equipo para la creación de una cartilla que explique los auxilios que se le deben prestar a una víctima en el momento del ataque, hasta poder brindar un trabajo digno a las mujeres víctimas del ácido y que la sociedad les niega la oportunidad. La creación de un taller de confección en donde estas mujeres puedan coser prendas a la vez que recomponen las costuras internas de sus vidas. La creación de manualidades dirigidas por las grandes manos trigueñas de Gina y la meta de dejar de ser invisibles, son las causas por las que Gina Potes y su equipo de guardianes junto a sus sobrevivientes guerreras no dejan de trabajar. Sin los recursos suficientes o riquezas para lograr algo muy grande y sin la necesidad de hacer publicidad, esta casa mágica seguirá creciendo con la chispa de la esperanza, la lucha y el renacer de nuevas vidas.

Ataque e impunidad

Gina es una víctima sobreviviente de un momento de terror y crimen. Una mujer que suma en las listas de violencia en Colombia.

El 28 de octubre de 1996, hacia las siete de la noche sonó el timbre de su casa, en el barrio San Vicente en el sur de Bogotá, cuenta Gina Potes. Ella con 20 años, junto a su hermana menor Angie y su hijo que apenas tenía tres años, salió a atender la puerta. “Fácilmente recuerdo a una señora que me preguntó por un jardín infantil­”, explicó Gina, quien luego añadió con una actitud de extrañeza por lo sucedido: “Mientras le daba las indicaciones llegó corriendo un hombre que me lanzó ‘esa cosa’ y me gritó ¡Quién la mandó a ser tan bonita!” –refiriéndose a ‘esa cosa’, como la sustancia de olor repugnante, pegajosa y espesa que sentía recorrer en todo su cuerpo. Lo que le siguió al ataque fue un desmayo que al despertar, recibió la sorpresa de que el ácido había borrado el rastro de su ropa y afectado parte de su cara, cuello, brazos, senos y abdomen. También, se llevó la piel facial de su hermana Angie y provocó el retumbante llanto de su hijo.

El horror ya había llegado a Gina. Al verse al espejo, el sentimiento era de espanto y pavor. Su cara se había convertido en un borbollón ardiente, un volcán de color tan rojizo que estaba próximo a hacer erupción. ­“Todo lo que me destacaba, había quedado destruido” dijo Gina, agachando su mirada y moviendo sus dedos uno a uno, mientras los entrelazaba y recordaba su caso. Luego alzando su cabeza de forma lenta agregó: “Gracias a Dios el ácido no me alcanzó los ojos, los habría perdido. Además, por unos guantes para lavar la loza que tenía en las manos logré salvarlas de daños peores”.

La agonía inició en el hospital El Tunal, que fue el primero en atender su emergencia. Allí, estuvo cinco horas sin atención, mientras el líquido viscoso seguía introduciéndose en sus nervios y destruyendo sus tejidos. El siguiente martirio fue en el hospital Simón Bolívar, en donde estuvo muriendo en vida por tres meses. Sin apoyo, sin protección y sin sentimientos. “Allí no tuvieron corazón. Cuando vieron que las cicatrices ya no sangraban, que ya habían cerrado, me botaron a la realidad, sin pensar en lo que sentía” dijo Gina, con tristeza en su mirada.

Entre más seguía fluyendo nuestra conversación, surgió un tema que es simplemente controversial en el país, la impunidad. Pero, ¿qué es la impunidad? Si se busca en un diccionario, saldrá una definición simple: “No recibir castigo a un delito”. Un profesional en el contenido de problemáticas y justicia en Colombia podría responder que es un proceso falto de investigación que queda abierto y no resuelve la protección y cumplimiento de los derechos humanos, como lo concreta la Fiscalía General de la Nación para un artículo del diario El Tiempo. Sin embargo, Gina define la impunidad como falta de poder y desunión.

Dentro de la lucha que existe para encontrar una mayor atención y solución a los casos de mujeres víctimas de ataques con ácido, desaparecer la impunidad es una de las misiones. La ley 1639 de 2013, con la modificación del Decreto 1033 que pone al ataque con ácido en una posición fuera a la violencia común, donde se busca castigar con más años y menos oportunidad a los victimarios, fue el primer paso que dio Gina Potes como activista de justicia y protección en los casos de agresión con ácido. A pesar de cada uno de los obstáculos que logró superar Gina para intentar el cumplimiento de la ley 1639, el Congreso la rechazó por falta de argumentos y firmas, dejando una vez más en vano el caso de muchas mujeres que habían sido atacadas con ácido. ­A Gina como a muchas mujeres, la silenciaron después de ser atacada, dejando a un lado la opción de hacer justicia en su proceso. “Este tipo de violencia era solo para pobres no para nadie con poder­… Los victimarios fueron tanto los agresores como el Estado. No me prestaron ninguna atención”, dijo Gina Potes mientras acaricia su mano izquierda en la parte superior con la derecha. Foto 4

Hasta ese punto seguían invisibles e impunes las víctimas con ácido. Pero luego del 27 de marzo de 2014 en donde Natalia Ponce de León, única mujer entre tres hermanos de una familia adinerada, fue atacada y destruida con ácido en todo su rostro, el destino cambió. La ley 1639 que había estado en el camino de la justicia para las víctimas con ácido, fue renovada por la 1773 de 2016, que con los mismos contenidos, algunas modificaciones en sus artículos y bautizada por los medios de comunicación con el nombre de “Ley Natalia Ponce de León” se aprobó. “No debería tener un nombre singular y menos si hablamos de luchas, varias luchas­” afirmó Gina, mientras fruncía su ceño y negaba con su cabeza, después agregó: “Eso es la prostitución del Estado y los medios, que buscan seguir creando amarillismo y siendo oportunistas al mostrar una cicatriz”.

Por la actitud de Gina al hablar de Natalia Ponce de León se podría decir que presentan ciertas diferencias de entendimiento, sin embargo, son mujeres que tienen una lucha en común, en busca de la justicia por las víctimas de ataque con ácido. “Llevo veinte años pisando en terrenos vírgenes, eso es un trabajo fuerte, sin demeritar al de la señorita (Natalia Ponce de León) y al de otros casos” dijo Gina al mismo tiempo que achina sus ojos y añadió con obviedad: “Los renombres de ella, son realidades que pienso yo, no son ocultos para nadie. La realidad de esta chica es una, y la realidad del 99,9 por ciento de las demás víctimas es otra, totalmente distinta”.

Gracias a la aprobación de la ley 1773 de 2016, la lucha de las activistas víctimas y a la voz en los diferentes casos que ocurren en el país sobre ataques con ácido, como lo es Gina Potes, se ha visto una mejora, pero no es una solución completa ni tampoco elimina en un cien por ciento a la impunidad que sigue demostrando el Estado en estas situaciones. “Somos un Estado desunido, en eso radica. Todos vivimos nuestros mundos en forma separada­” dijo Gina, luego apuñando sus manos como indicando fortaleza y poder añadió­: “Pero ¿qué pasaría si nos agarramos de las manos y formamos una barrera inmensa?, ahí se marcaría la diferencia”, después con decepción y en voz baja dijo: “Eso no va a pasar”.

Un ángel real

El miércoles 15 de septiembre de 1976, nació Gina Lilián Potes Aguirre. Un regalito de amor y amistad que estaba destinado a ser abierto para mostrar la superación y victoria después de un ataque con ácido. Hija de Nancy Aguirre y un padre ausente. La segunda mujer de cuatro hermanos. Madre a los 16 años de su primer hijo y a los 18 del segundo. Físicamente, el primer impacto son sus ojos. Un par de ventanas grandes, que expresan la profundidad de su alma. La transparencia de su ser. El brillo es constante en cada mirada que transmite. La esencia y la luz de sus ojos que simboliza la magia en esta mujer, no se perdió después del ataque. Su piel, es un vivo ejemplo del color latino que nos representa. Un tono moreno, como noche bajo las estrellas. Sus grandes manos podrían atrapar al mundo. Abundancia en su cabello color negro, ondulado y largo. Y claro están, sus cicatrices. Una que empieza desde sus labios, sigue en su barbilla, termina hasta su pecho y varias en sus brazos que es la sobrevivencia de un acto atroz, al cual la única respuesta que le dio, fue seguir adelante.

Entre sus palabras el amor hacia cada una de las víctimas que llegan a resguardarse en la casa mágica, es notorio. Ella es como una madre adoptiva que cuida de sus hijas (las mujeres vulneradas con ácido) hasta que se sientan listas para salir a enfrentar la vida. Gina, en su forma de ser irradia paz, tranquilidad. Se convirtió en protección y seguridad para una víctima. Aunque su voz aguda no tiene mucha relación con su personalidad valerosa, cada frase que pronuncia, la dice con la verraquera y actitud dominante para marcar diferencia y hacerse notar. Es una mujer que no busca publicidad del caso, si no justicia y diferencia para las víctimas.

Patricia Espitia es la mejor amiga de Gina. Es una víctima más de los ataques con ácido que ha dejado la violencia en el país. Ella como miembro de la Fundación Reconstruyendo Rostros y así mismo, una valiosa sobreviviente más que ampara la casa mágica, habla de Gina Potes como una coincidencia y casualidad que ha dejado siete años de amistad real y sincera. “Gina es amor a primera vista. Es un ser lleno de alegría y esperanza, que a pesar de los dardos venenosos que recibe, sigue luchando. No sé cómo lo hace” afirmó Patricia, luego agregó: “Ella es una maga que toca a las personas y las cambia, es como una inyección de otro sentido para nosotras”.

Patricia, su mejor amiga junto a muchas de las víctimas, destacan a Gina como un ángel que simplemente Dios puso en el camino de cada una. Una criatura diferente. Pero ella se identifica como una mujer real. “Me llaman ángel pero en realidad, soy normal. De carne y hueso como todas las mujeres. Con errores e imperfecta, solo con el don de querer progresar” dijo Gina con una sonrisa en su rostro que ilumina su mirada.

El ave fénix

Sobre su escritorio, Gina deja ver la evidencia de una fotografía, para ella su favorita, de la mujer que existió antes del ataque. En la foto tenía 18 años, con una melena ondulada que rodeaba su rostro, una cara tersa de muñeca y unas mejillas rosadas y redondas. Era una joven con muchos sueños, pero pocos ya definidos. Fue madre a temprana edad, así que no tuvo elección ni un camino establecido, solo dejar que pasara y corriera el tiempo. Sus pensamientos eran superficiales. A donde fuera, consigo llevaba problemas. A los 20 años sucedió el ataque con ácido. Aunque no se puede decir ni calificar que es una acción de cambio ni menos positiva, para Gina si fue la transformación. Después de afrontar 26 cirugías y 70 procedimientos quirúrgicos, renació una nueva mujer. Llegó una guerrera líder de una casa mágica. Con una actitud sensible y ejemplar. Que ha querido impactar la vida de las personas, sin importar el dinero o lo material. Surgió un nuevo capítulo para el libro de la vida de Gina Potes, que trajo consigo un proceso largo y arduo a pesar del avance que ha logrado. Llegó el paso a paso que deben superar las víctimas.

El qué dirán de las personas, la negación de vanidad, la elección de cubrirse o no, la zozobra de las miradas del mundo hacia sus cicatrices, todo genera un proceso espinoso y de gran trabajo, como lo contó Gina. Un camino cubierto de piedras, que raspan, hieren y martirizan en cada paso a las víctimas, pero es necesario sobresalir de esto, para crecer, para dejar a un lado el pasado. Gina destacó que el proceso más grande, que no tiene un final, es abrir la cerradura que ocultan sus cicatrices, o como lo llama ella, sus marcas de guerra. Dejar salir su belleza interior y poner a un lado, como complemento, lo exterior. “Soy una mujer muy bonita. Todas somos hermosas a pesar de las marcas… Esto (señalando su cicatriz) no lo elegimos pero sí lo afrontamos. ¿Qué más podemos hacer?, la vida continúa y la mejor solución es entender para qué Dios nos puso al frente y reconocer que todo ha valido la pena” dijo Gina Potes acariciando su cabello, como si lo peinara. Luego traslada sus manos a la cicatriz de su barbilla, las resbala de forma lenta y con una mirada penetrante añadió: “Jamás se aceptará una cicatriz, pero sí se aprenderá a vivir con ella”.

Por Lina Rodríguez

* EN ALIANZA CON KIENYKE.COM 

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